martes, 28 de julio de 2009

Un chico puede soñar

Al nacer todo es nuevo. La maquinaria de los sueños está por empezar.

Al año todo tiene formas y colores, muestra de alegría y felicidad y que las preocupaciones están muy lejos.

A los dos años empiezas a indagar en el mundo de los recuerdos: palabras, personas... Todo deja de ser nuevo para ser monótono.

A los tres noche tras noche aparece el triciclo de navidad. Empiezan a renacer los ideales materialistas del ser humano que poco a poco empiezan a fluir por tu sangre. Digamos que es donde comienza ese vicio obsesivo para todos.

A los cuatro surgen demasiadas preguntas en tu cabeza relacionadas con el bien y el mal. Como cuesta aprender a diferenciar.

A los cinco comienzas a pensar en que simpáticos fueron los niños que te acompañan día a día en el colegio.

A los seis tus primeras pesadillas invaden tus noches. ¿Dónde están esos sueños impolutos de maldad?

A los siete comienzan las pequeñas responsabilidades aunque, al ser las primeras, para ti son muy importantes y te quitan horas de sueño.

A los ocho, la envidia te invade. Fulanito es el novio de Menganita y ya se han dado un beso.

A los nueve aparece tu primer sobresaliente bajo, un 9. Te quitará el sueño saber que no tienes un expediente impoluto, o si no te lo quita, otro gallo cantará en el futuro.

A los diez eres casi el mayor del cole, alcanzar la cumbre de la jerarquía social, el mayor manda. Eso te hace pensar que cerca estás de ser uno de los importantes, pero siempre acaba por invadir tu sueño Menganita, que la semana pasada dejo a su décimo novio y piensas que se fijará en ti.

A los once eres el rey del cole, o por lo menos con tus amigos, que importante me siento todos los días cuando me levanto y que importante me siento cuando me acuesto. Pero Menganita sigue acaparando un espacio en mis sueños, de hecho es un espacio mayor cada día.

A los doce he dejado de dormir, cuanta presión en el instituto. No conozco a nadie, hay que estudiar demasiado, y creo que quiero a diez de las chicas de la clase tanto o incluso mas que a Menganita. ¿Me pregunto que habrá sido de ella?

A los trece no dejo de dar vueltas en la cama pensando como ascender en la cumbre de la jerarquía social: ¿Por que todos están organizados? ¿No somos todos iguales? ¿Por qué parece que es menos importante Zanganita que Reinota? Calma, tienes que aparentar que eres tan importante como ellos, o no te aceptaran.

A los catorce recuperas los sueños tranquilos. Te has quedado fuera de esa importante red social privilegiada, en donde tú eras invisible. Decides olvidarte y ser el invisible, o formar parte de un grupo de desheredados. Te das cuenta que no valía la pena, tu nuevo grupo de amigos se acerca más a tus gustos originales que a los que intentabas aparentar con los demás. Aquella tarde te lo pasaste genial, así que en tu memoria se forman sueños bonitos y agradables que al día siguiente recuerdas con una sonrisa de oreja a oreja.

A los quince empiezas a ponerte metas. Tus primeras metas. Y como no tus primeros fracasos. Te quitan el sueño, es cierto pero con el paso del tiempo sabes que hay más oportunidades. Aun así, la emoción misma de poseer una meta ya es motivo para quitarte el sueño.

A los dieciséis las metas ya te cansan. Empiezas a ver que tanto esfuerzo no da los frutos que crees que mereces, así es la vida. Aun así hay algo que té quita el sueño. No te has dado cuenta que algo ha cambiado dentro de ti, o ya estaba y tú eras el que había cambiado para no creerlo así. Esto te lleva a que noche tras noche olvides cerrar los ojos, te tires al mar blanco de escayola que tienes encima y bucees sobre aquellos cambios importantes que marcarán tu vida. Ya ni siquiera duermes, pero si sueñas despierto.

A los diecisiete has madurado de golpe. Se han pasado las trivialidades de la adolescencia joven, ahora quedan las de la adolescencia adulta. Las discusiones son brutales luchas de palabras sutiles, secretos pandémicos y ponzoñosos comentarios que pueden herir como una bala de plomo en cualquiera de nuestros corazones. Esta vez los sueños son responsabilidades mayores aun tratadas por niños. Las metas comienzan a dar sus frutos, tus primeros fracasos son ahora primeras victorias. Has aprendido a sobrellevar lo malo para transformarlo en bueno. De vez en cuando te acuerdas de la maraña social que te quitaba el sueño y ahora solo sabes alegrarte de que esos prejuicios han desaparecido por fin. Tu grupo de invisibles ahora solo son los que más se ven y brillan entre todos. Las dudas que te reconcomían hace poco ya son decisiones. Has elegido tu camino. A los diecisiete uno sueña con cualquier cosa. Sueña con su futuro. Lo dirige hacia donde quiere: amor, dinero, trabajo, amistad. La puerta está abierta a todo lo que se ponga por delante...

A los dieciocho: todavía no sé que pasa a los dieciocho. No tengo claro que es lo que pasará por mi cabeza ni que le pasa a los demás... lo único que sé es que todavía me quedan dos días para soñar libremente.

Dos días para volver a soñar de verdad.

1 comentario:

  1. Nunca me había parado a pensar en nuestra evolución año a año... Nunca pensé que la edad marcará ningún límite, ninguna diferencia, si no las circunstancias. Hay gente que se ve obligada a madurar a los quince, mientras que otros no lo harán hasta la treintena...

    Pero está claro que en ese texto hablas de ti mismo, de tu evolución. Yo tampoco sé cuál será la nota que marque la diferencia esta vez. Yo llevo dos meses con dieciocho y la verdad, un gran remolino de sentimientos me han invadido en los días previos y después...
    Tal vez los dieciocho sean la edad de los sentimientos, la edad para sentir y hacer sentir...

    Un beso

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